HACIA UNA CIVILIZACION ESTELAR

HACIA UNA CIVILIZACION ESTELAR

Por M. G. Acosta

CIFRA

Un recorrido somero del devenir de la humanidad por nuestro pequeño planeta azul pálido único y solitario, nos muestra como el quehacer de nuestra especie móvil hiper-cerebrada, -de acuerdo con los resultados de las investigaciones el Prof. Rodolfo Llinás, neurólogo colombiano, investigador avanzado del cerebro de la Universidad Estatal de Nueva York ( )- ha estado marcado esencialmente, desde el principio, por su capacidad para pensar a largo plazo, para planear el futuro, como consecuencia de su capacidad para planear sus movimientos –razón esencial de la cerebración- para poder moverse con seguridad en un medio ambiente agresivo y variable.

Nuestra especie surgió pues al parecer por azar en el este del África tropical sub-sahariana hace ya más de tres y medio millones de años, es decir, en el último instante, en menos del 0,1% del tiempo de existencia de nuestro planeta viejo ya de mas de cuatro mil millones de años, y es una más de los diez millones de especies animales vertebradas superiores altamente móviles (incluyendo a las acuáticas y aéreas) que surgieron hace unos seiscientos millones de años, la cual ha poblado nuestro planeta como especie dominante durante los últimos quinientos mil años.

Esa habilidad principal inicial para planear a largo plazo debida a la hiper-cerebración, unida a la característica básica estructural de ser bípedo, i.e., de tener las manos libres para manipular objetos, le permitió a nuestro homínido erectus ancestral imaginar, construir y usar herramientas manuales –astillando piedras de sílex primero- como extensiones de sus propios miembros, para cazar en manada y domesticar el fuego, el descubrimiento clave de la humanidad primigenia que le permitió conquistar todo el ámbito terrestre planetario, y que está en el origen de la revolución neolítica, la de la agricultura, el siguiente paso mayor.

Ello le permitió además inventar una infinita variedad de utensilios, creados siempre como extensiones de sus propios miembros, que luego se convertirían en herramientas manufacturadas a partir del uso de metales fundidos, hace apenas unos cuatro mil años, como hierro, cobre, estaño, oro, plata, zinc, y sus aleaciones, como el bronce, hasta llegar a producirlas de acero y algunos metales raros, como aluminio, cromo, vanadio, molibdeno o titanio. Algo que hoy nos permite, entre muchas otras cosas, viajar al espacio…

Así el hombre logró explorar inicialmente la totalidad de su ambiente geográfico primigenio, las sabanas tropicales africanas sub-saharianas, y explotar en su provecho toda la abundante fauna disponible, incluyendo a sus ejemplares de caza más grandes o peligrosos, como mamuts, elefantes, girafas, tigres o hipopótamos, pero sobretodo a los más provechosos para él, como bisontes, cebras, cabras, venados, jabalíes, perros, osos o bueyes, además del búfalo, su principal fuente de sustento inicial.

Y en cuanto aprendió a navegar los mares en torno al Egeo, el Mare Nostrum ancestral de los Micénicos y Cretenses, empezó a desarrollar grandes civilizaciones expansionistas, en especial en los diferentes ámbitos del Mediterráneo, el mar Negro, el Caspio, el Rojo y el Indico –cual Ulises, el primer gran navegante occidental, descubridor de los principales destinos mediterráneos, a partir del Egeo -de allende Malta y Sicilia y las columnas de Hércules en Gibraltar, hace apenas unos tres mil años- y aprendió a cazar atunes, ballenas, peces vela, orcas y cachalotes, etc., convirtiéndose por ello, en la cúspide de la cadena alimentaria global, en su máximo beneficiario.

No olvidemos que quizás el primer paso importante por mar que realizó el hombre, lo hizo cruzando el estrecho de Adén, en el cuerno africano, para alcanzar la península arábiga y de allí pasar a Persia, la Bactriana, la India, la China y el Japón, en la primera gran migración humana. Y que luego estos asentamientos se comunicarían por mar estableciendo las primeras rutas permanentes en el Indico entre el mar Arábigo, las costas del Zanzíbar en Africa, el mar Arábigo y el de Bengala, hasta llegar a las Molucas, el mar de la China y el Cipango de Platón, y todo ello hace ya más de cuatro mil años. El mar Indico fue pues el primer gran destino marítimo “occidental” abierto, realmente “oceánico”, y también quizás el mar de los Atlantes perdidos de la leyenda griega clásica, si esta en realidad no estuvo en Sudamérica, como parecen probarlo otros indicios.

La primera “globalización” poblacional –en el Africa- fue pues posible gracias a la conquista definitiva del fuego, hace unos ciento cincuenta mil años, cuando la especie apenas alcanzaba unos cuarenta mil “ejemplares”. Gracias a la creación de las técnicas necesarias para producirlo, conservarlo y utilizarlo a voluntad, el hombre logró protegerse del frío, asegurar territorio, domesticar animales, cocinar alimentos nuevos –y por supuesto, digerirlos mejor- y además, a cocinar también las vasijas de barro y los metales, inventando con ello la alfarería y la cerámica -la Etrusca, heredera de la Minoica, la mejor de todos los tiempos- y la metalurgia, desarrollada inicialmente por los Hititas, llevada a su máxima expresión por los Celtas Íberos (la de Toledo) en su forma artesanal primaria más avanzada, ampliando no solamente su capacidad de resistencia al medio ambiente, sino sobretodo, su capacidad de penetración.

Entonces ya se había consolidado la primera gran expansión de la humanidad por el mundo entero, desde los grandes lagos del centro del continente africano, hacia los valles del Níger –entonces muy fértil- del Congo, del Ituri, del Zimbawe, y desde el Nilo Azul y Blanco en Etiopía y Sudán, al Nilo de Nubia en el alto Egipto, hacia el norte, hacia el Mediterraneo, y por el estrecho de Adén en el mar Rojo, hacia el este, para atravesar así los pasajes más accesibles, la península del Sinaí y dicho estrecho –quizás los primeros pasos importantes que logró franquear en ambos sentidos la humanidad primigenia- para poblar el oriente medio y próximo.

Desde el pasaje seco del Sinaí debió pasar hacia el valle del Jordán, Siria y Turquía, y desde el cuerno africano hacia la península arábiga, para poblar los valles y las mesetas de Adén y Omán, el golfo de Akaba, Mesopotamia, Anatolia y Persia, a instalarse en las mesetas iraníes pre-armenias del Ararat, y crear allí la primera gran civilización post-africana, recordada quizás en el mito bíblico del Paraíso, de hace unos cuarenta mil años, origen de la Sumeria Mesopotámica, ña primera en construir “ciudades”. Desde allí pasó el Cáucaso, forzado al parecer por el desastre natural del “Diluvio”, para conquistar las planicies y sistemas montañosos del valle del Indo, y de allí los Sármatas, Afganos y Uzbecos de la Bactriana, el centro de Asia, el inmenso Indostán hasta Ceilán, la China e Indochina, atravesar el Pamir para llegar a las estepas y taigas siberianas, Mongolia, Yakutsia y el extremo oriente, hasta la Manchuria, Kamchatka y el Japón, en la primera gran migración humana hacia el extremo oriente, que sin duda debió realizarse en dos fases, una hacia el Indostán, a través de la Cachemira y el Indo, y la otra hacia Yakutsia, Mongolia y la China desde el Pamir, desde la tierra de los Uriguri, que terminaría en el Japón creando la civilización nipona ancestral del período Jomón.

Este fue pues, quizás el resultado más tangible de realizar el primer paso importante de atravesar el Sinaí y el cuerno Africano, hace unos cincuenta mil años, desde el Africa oriental subsahariana, lo cual le permitió a los pioneros proto-africanos de Etiopía y Eritrea, Egipto y Sudán, Kenia y Tanzania, el Níger, el Congo y Zambia, y desde el centro de un Sahara subtropical sin duda no tan desértico como en nuestros días – pero seguramente debido al proceso mismo de desertificación que aún hoy continúa – a instalarse en las fértiles vertientes del Nilo Azul y del Blanco, del de Nubia y el alto Egipto, lo cual engendraría la primera gran civilización africana hoy conocida, la Egipcia, e inventar allí, en el Nilo, las primeras técnicas de irrigación, de agricultura y de navegación a vela, origen de nuestra civilización occidental.

De allí pasarían a desarrollar estos principios en el Jordán, el Tigris y el Éufrates, el Indo y el Yangtse, pero también hacia el oeste del Nilo, hacia Libia, Túnez, Argelia y el Magreb. Ello gracias a las migraciones Fenicias, origen de las civilizaciones Libia y Cartaginés (de Cartago, Leptis Magna, Útica y Mogador), unidas a las de los bereberes y beduinos ancestrales de la región, y en la Mesopotamia, a las migraciones que engendraron la Sumeria, Minoica, Fenicia, Cananea, Semita, Asiria, Babilonica y Persa, de hace “apenas” cinco mil años o menos, y en las cuencas del Cáspio y el mar Negro en el Cáucaso, el Volga, el Aral, los Urales, el Obi y el Baikal, lo que dio origen a las civilizaciones Persa, Hitita, Armenia, Azerí, Cosaca y Tártara.

Desde Afganistán, allende el Hindu Kush, en los valles del Indo y el Ganges, el Kwait y el Mecong, a civilizaciones tan valiosas como la Bactriana, la Indú, la Tibetana, la Butanesa, la Tai, las de Angkor, la Malaya y la Camboyana, hasta llegar, a través del desierto de Xing-Yang, el Gobi, a las del Yang-Tse, el Amur y el Amarillo por el extremo oriente, que dio asiento a las poderosas civilizaciones del extremo oriente, las Mongola, Manchú, China y Japonesa, y después las primeras civilizaciones “globales” orientales, la China y la Hindú.

Además, aquellos primeros pobladores pasarían también desde Malasia e Indochina a Indonesia, las Filipinas, Nueva Guinea, Australia, Tasmania y Nueva Zelandia, la Melanesia, la Polinesia, la Micronesia y Hawai, hasta la isla de Pascua, creando la primera civilización de carácter marítimo global: la Maorí, aún dominante en este extenso territorio del Pacífico sur cuando fue descubierta por los occidentales.

Por supuesto, en el Africa subtropical misma, y aún en la vertientes saharianas aún no tan desiertas, también se desarrollaron civilizaciones ancestrales muy variadas, como las Bantú, Tutsi, Hamita, Pigmea y Dinkeo del centro de Africa, la Nok en Nigeria, las Venda, Tulameda, Khoisán (sorprendente por su arte) y Zulú del extremo sur, la Masai de la costa Zanzibar de Kenia y Tanzania, y las Beja, Kushita y Hamita de Somalia, Etiopía y el Sudan de hoy. Y ello sin olvidar las que surgieron en medio del Sahara mismo, únicas y aún persistentes, como las nómadas Berebere del norte de Africa, Arabia y Siria, la Tuareg y la de los antiguos Tedas alrededor de los montes de Tiberti, entre el Chad y Libia, y la de los Tubús, al este de allí. Todas excepcionalmente antiguas, complejas y avanzadas para su tiempo.

Por el otro extremo, desde la meseta Iraní hacia Europa oriental y occidental, la ola civilizacional se extendería primero hacia los Balcanes, Sajonia, Aquitania, Britania e Iberia, y a través de la península de los Anglos –la actual Dinamarca- hacia la península Escandinava, o sea, desde los valles del Danubio y el Dnieper, del Vístula y el Rin, hacia los del Mälaren y el Göta, el Loira y el Garón, el Ródano y el Po, el Tajo y el Guadalquivir, patentes especialmente en los litógrafos de las cuevas de Lascaux y Altamira, recuerdos remanentes de dichas migraciones, lo cual daría origen a las civilizaciones Celta, Dálmata, Sármata, Goda, Gala, Vasca, Bretona, Germana, y Vikinga, entre muchas otras. La unión de estas últimas con las que venían del sur, de los pasos de Gibraltar, Malta y Creta, desde Asiria, Libia y el Magreb a las penínsulas Helénica, Itálica y Ibera, daría origen a las civilizaciones celtas Ibera, Etrusca, Maltesa y Helénica, y finalmente a la primera fusión civilizacional “global” occidental: la Romana.

Curiosamente América sería poblada primero por la ola civilizacional proveniente del extremo oriente, de la Kamchatka de hoy, a través del estrecho de Bering, siguiendo las estepas de Alaska entonces muy fértiles, al final de la última era glacial hace unos quince mil años. Sus descendientes “amerindios”, como los navajos en Norteamérica, aún conservan rezagos culturales de estos ascendientes mongoles, los cuales también subsisten aislados y curiosamente “hibernados” en esa preciosa península helada tachonada de volcanes. Ello para no hablar de la evidente conexión genética ( ).

Y por el otro extremo, paralelamente, Norteamérica también fue poblada por los Europeos occidentales de la edad de piedra, hace también unos quince mil años. Estos llegaron hasta Virginia atravesando las zonas heladas que entonces persistían en el Atlántico norte, entre las islas Británicas, Islandia, Groenlandia, la península del Labrador, y la costa este Norteamericana. Esta proeza sería repetida por los mismos Europeos, por los Iberos españoles y portugueses, los franceses, ingleses y holandeses, quince mil años después, al reanudarse las circunnavegaciones globales modernas gracias a la invención de las caravelas, lo cual hizo posible cristalizar la tercera gran fusión civilizacional global del planeta, la vigente en nuestros días, entre oriente y occidente, pero de predominio occidental evidente, al menos hasta ahora.

Por supuesto, aquí no podemos olvidar ciertas aventuras migratorias intermedias, como la famosa de los Vikingos hacia Labrador, a través de Islandia y Groenlandia en sus famosos barcos “largos”, o la muy exótica de los Japoneses hacia Sudamérica, al Ecuador, recientemente descubierta, pero muy poco fructífera por lo efímera. U otras más exóticas, pero inciertas, como la de un cierto monje Irlandés a Centroamérica, hacia el siglo VIII, aún no probada, u otras hacia el Amazonas, aún más exóticas, origen del mito de los dioses blancos en el Perú Incaico pre-colombino. O la de los Chinos de la época del Kublai Kahn hacia las costas del Brasil en sus famosos Juncos, sus naos ágiles, en la época de Marco Polo. Y también las posibles migraciones a partir de Sudamérica, hacia la Polinesia, que intentó probar la aventura del Kon-Tiki, y que explicarían los nexos evidentes entre esas culturas.

La primera ola poblacional en América, se llevó pues a cabo desde las estepas de Alaska y el Yukón, la antigua Berinjia, en dos sentidos: hacia Groenlandia a través de las costas Canadienses del Ártico, que generaría la civilización esquimal, la de los antiguos Inuit, alrededor del litoral de todo ese océano, tanto en su vertiente americana como en la asiática, a través de la tundra siberiana, hacia la Novaia Zemliá rusa y la Laponia escandinava, -la patria del Papá Noel- y hacia los grandes lagos, a través del Yukón, siguiendo a las manadas de renos, búfalos, mamuts, osos “buldog”, bisontes, bueyes almizcleros, caballos árticos, antílopes “saiga”, y demás fauna exótica de la época, lo cual engendraría las civilizaciones ameríndias de Norteamérica, de Navajos, Siux, Cherokees, Montañeses, etc., las que se extenderían además desde los grandes lagos a las extensas planicies meridionales norteamericanas después.

Luego, al parecer muy rápido, mil años más tarde, ellas se extenderían hacia la América meridional creando civilizaciones tan valiosas como la Olmeca, la Azteca y la Maya en el Yucatán de hace apenas unos dos mil años. Pero en América del Sur han sido descubiertas pruebas de asentamientos humanos muy anteriores, de más de treinta mil años, en sitios como el Salto del Tequendama en Colombia, lo que implicaría que la ola poblacional inicial no se extendió desde el Artico hacia el sur, sino desde la cuenca Amazónica hacia los Andes mucho antes de lo previsto, hace pues unos cuarenta mil años. Esta se originó pues probablemente en el África atravesando el Atlántico hacia la región de Brasil más próxima, en la zona de Bahía, y de allí se extendió a través de la inmensa cuenca amazónica hacia las pampas argentinas y los llanos colombo-venezolanos, alcanzando las islas caribeñas antillanas desde los remates de los Andes suramericanos, y la América central de las altiplanicies Aztecas y Toltecas, el Yucatán y la América Maya, a través del istmo de Panamá, el de los Kunas, nuestro Sinaí Suramericano.

La conexión genética parece probar que los Chocoes, Guajiros, Zenús y Tayronas en el norte de Colombia, y hacia el sur, en las altiplanicies y valles andinos del mundo preincaico, de Muíscas, Calimas, Paéses, Quillacingas, Guambianos, Chavines, Sánchez, Choarés, Nazcas, Tiaunacos, Aymarás, Guaraníes y Araucanos, etc., entre muchos otros, y lo que llegaría a ser hace apenas unos setecientos años, justo antes de la conquista española, el gran imperio “global” suramericano, el Incaico, son todos descendientes de una migración de genotipos Caribe que se originó en el delta amazónico y se extendió hacia los Andes poblando todo el continente, hace unos cuarenta mil años. Lo cual constituye en sí una gran sorpresa para los “geno-geógrafos”.

Desde los llanos de la orinoquía colombo-venezolana y la cuenca amazónica brasileña, esta se extendería en múltiples y abigarradas culturas de tipo paleolítico adaptándose a vivir en las altiplanicies andinas de Colombia, el alto Perú y Bolivia, y desde los afluentes de esta inmensa cuenca, de esta selva húmeda infinita, a las grandes llanuras del Mato Grosso y las pampas argentinas y paraguayas Guaraníes, hasta la Patagonia de los Araucanos chileno-argentinos, en el extremo septentrional del mundo. Se calcula que al llegar los europeos, la América Española estaba poblada por al menos veinte millones de “indígenas”. Al liberarse las colonias, apenas si quedaban unos dos. En la del Norte aún no sabemos cuantos pudo haber, pero hoy solo quedan unos reductos minúsculos. Tal fue el grado de la devastación realizada tanto en el norte como en el sur. Los indígenas americanos no sufrieron la “bendición” de ser esparcidos por el mundo a fuerza de látigo y cadenas, como lo fueron los africanos “gracias” al comercio de esclavos de la época moderna.

Por supuesto, estas grandes conquistas poblacionales “globales” debieron acompañarse de desarrollos paralelos menores, como en Europa, el pasaje a través de Malta y Sicilia desde Libia, o el otro a través de Creta, Rodas y Chipre desde la Anatolia, y ello en ambos sentidos, entre los Helenos, Persas y Etruscos con los Cartagineses, Libios, Sirios y Egipcios. O como las grandes conquistas realizadas por los Persas, Árabes, Sirios y Turcos a través del Índico, hacia las costas del Zanzíbar en África, y el Calicut, la India, Bengala, el Tíbet, Indochina, Malasia, Indonesia, las Molucas, y las Filipinas, o las realizadas por tierra a través de la ruta de la seda desde el medio oriente Celta hacia la China a través del Pamir –hoy probada plenamente- o hacia la India y Ceilán a través de la Cachemira. O desde la Escandinavia vikinga hacia América a través de Islandia y Groenlandia descrita antes, o de estos mismos, mucho más permanente, hacia las Galias, Normandía, Aquitania, Iberia y Britania a través de Sajonia, Francia, y Bretaña; a Italia a través de Savoya y Lombardía, o hacia los Balcanes, hacia Croacia y Albania desde Germania y Sarmacia.

O las de los nómadas beduinos de Arabia, al crear esa civilización única, el Islam, que se extendería como ola incontenible hacia el medio oriente hasta el Indostán, y por todo el norte de África hasta España. O las de los bárbaros Hunos, Godos y Visigodos, que conquistaría Europa hasta Francia, Iberia, y Bretaña, o la de los turcos Otomanos que también conquistaría incontenible los Balcanes hasta Viena, todo el medio oriente y el norte de África hasta Túnez, o las de los propios Tártaros, que después de dominar a los Manchúes, se extendería hacia el sur y el oeste, para conquistar la China culta, el Tibet, y luego, al volverse hacia occidente, el Pamir, la Bactriana, hasta llegar a Crimea en el mar Negro, y que aún pudo llegar a Viena si la muerte de su líder no los hubiese hecho regresar. O la de los Incas a través de las altiplanicies de los Andes, al conquistar desde los límites araucanos del centro de Chile hasta la frontera norte Quiteña, o la de los Maoríes desde las Filipinas, Indonesia, Nueva Guinea, Australia y la Polinesia hasta la isla de Pascua, último enclave reconocible hoy, de esa primera ola civilizacional global.

Después de esta primera ola poblacional, vino, como puede apreciarse, el desarrollo centrado de sus diferentes asentamientos, con una población que debió estabilizarse por mucho tiempo alrededor de los 100 millones de habitantes, y ello debido sobretodo a la invención de la agricultura, hace unos diez mil años, lo cual engendró la famosa revolución Neolítica en todo el mundo, con su consecuente creación de la ciudad estado, la propiedad y la esclavitud, la justicia y la democracia, la República y las libertades públicas, y su imparable resultado para poblaciones escasamente ilustradas, los grandes imperios, las monarquías absolutas y las super-potencias, en civilizaciones caracterizadas sobretodo, por el medio ambiente físico y cultural circundante, dominados unos por la fuerza de las armas, de los ejércitos-estado, otros por la del lucro, las de las burocracias-estado. Todo ello atemperado por una salud pública siempre precaria, sin antibióticos ni vacunas hasta hace apenas cien años, descubrimientos que generaron la explosión demográfica mundial vigente todavía hoy, atemperada en las sociedades más avanzadas por los anticonceptivos y el control natal, y cuya carencia significó las mayores catástrofes humanitarias de época, como la peste negra del fin de la edad media, y aún hoy significa enormes tragedias, como las recurrentes hambrunas en África, o las pestes modernas no menos desastrosas del VIH o de la gripe aviar.

La primera ola civilizacional de la humanidad se consolidó pues originando, desde hace unos cinco mil años, la creación de los grandes imperios universales de época, como los imperios egipcio, persa y heleno, el chino y el romano, el incaico y el azteca, el hindú y el nipón, el carolingio y el turco, el hispánico y el lusitano, el tártaro y el ruso, el astro-húngaro y el prusiano, el francés y el británico, el soviético y el americano, hoy ya, todos, en fase final de descomposición. Y de ellos el único que ha logrado superar todos los embates y revivir de sus propias cenizas a través de todas las épocas, aún en nuestro tiempo, es el Chino.

El intento alemán de construirse un imperio en el centro de Europa, en la primera mitad del siglo XX, con la cooperación de los fascistas italianos y españoles, y el de los audaces Nipones, que trataron de hacer lo propio en el extremo oriente a costa de los Manchúes y de los propios Chinos, condujo a la mayor y más destructiva guerra civilizacional de la Historia, llevada a cabo en dos fases, en dos Guerras Mundiales, rematadas con el uso del arma absoluta, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaky, y un corolario de inmensa arrogancia armamentista –la Guerra Fría- amén del horrendo paréntesis de criminalidad también absoluta –el holocausto antisemita- origen de uno de los principales conflictos que hoy afectan a la humanidad –el israelí-palestino- con su espantoso corolario terrorista, que hoy enfrenta a dos de las principales civilizaciones globales –la occidental con la islámica- lo cual seguramente significará el fin de la era de los imperios, de las naciones-estado aisladas y de las super-potencias sin control, gracias al surgimiento de una nueva civilización científica planetaria: la Globalia en trance de gestación en la actualidad. Por ello, si la humanidad logra superar esta época de máxima arrogancia, y construir un imperio de verdaderas libertades democráticas, que elimine las exclusiones y equilibre las diferencias, no estaremos sino en el principio de los tiempos, en el fin de una época que duró alrededor de cinco mil años, en que nuestra humanidad construyó una base civilizacional múltiple, sólida y coherente, capaz de perdurar por mil años, como ha sido la norma de las civilizaciones más exitosas, en promedio, sino mil milenios, y de expandirse por el Universo.

Pues dicha guerra, paradójicamente, también condujo al nacimiento de una nueva era de integración supra-estatal, la de la Europa unida surgida de la cooperación entre dos de los principales contendientes: Alemania y Francia, y con ello a la creación de la Comunidad Europea en la segunda mitad de dicho siglo, llevada a cabo también en dos fases: Primero en una Comunidad de hasta quince miembros, para formar luego una Unión que seguramente tenderá a estabilizarse alrededor de los 30.

Este nuevo ciclo civilizacional de tipo supra-estatal, global, científico, podrá desarrollarse en una tercera fase, hacia la periferia, absorbiendo estados “asociados” tan complejos y disímiles como Marruecos, Turquía, Egipto e Israel, y el nuevo estado Palestino, que seguramente al final deberá consolidarse con esta absorción, así como Croacia, Bosnia y Servia, con Bulgaria, Rumania –que ya se preparan a integrarse plenamente- y quizás también con Armenia, Georgia, Moldavia y Ucrania, para “reconstruir” finalmente, a otro nivel, por supuesto, mucho más democrático y pluralista, no ya el imperio Carolingio, sino el antiguo imperio de los Aelus Itálicos divinos: el Romano.

Para ello la Unión deberá pues asociar a su sistema a la totalidad del norte de África y el medio oriente, incluyendo estados tan “incompatibles” como Siria, Irán e Irak, con los “halcones” árabes petroleros como Arabia Saudita, Kuwait, Dubai, y Qatar, y con los “corderos” Israelíes, e incluso asociarse también con algunos estados próximos del bloque ex-soviético – siguiendo la tendencia emprendida ya con los estados bálticos- con países como Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Moldavia, Armenia y Azerbaiyán.

Rusia, si la dinámica del desarrollo futuro de este enorme país lo convierte de nuevo en otro polo “global” rival, como sería apenas natural, competirá no ya solo a nivel estratégico sino sobretodo económico, con el resto del mundo, neutralizando de paso, la creciente injerencia americana en esta zona, con el peligroso enfrentamiento que ello podría implicar para la paz y la seguridad mundiales, en especial con respecto a China. Todo lo cual le permitiría a la Europa unida promover la secularización del Islam, algo al parecer imposible de lograr hoy, al menos con los estados más radicales, por los Americanos.

Porque dicho enfrentamiento entre contendores tan desiguales, de “mariners” americanos luchando con armas y ejércitos furtivos de destrucción masiva, tan imponderables y ubicuos como el avión Steal, o tan letales como el tanque Abraham, enfrentados al furor terrorista de “hordas” fundamentalistas enardecidas, también nos puede conducir a un posible e infausto “accidente” nuclear, tal como descrito por Carl Sagan en su libro sobre el tema ( ), al tratar sobre la bomba atómica de los pobres, no ya tan radical como los arsenales globales de las superpotencias, de la guerra de las galaxias ya superada, pero si enormemente destructivo y desestabilizador a nivel global. El potencial desarrollo de la bomba atómica por parte de los Iraníes, por ejemplo, sumado a la disposición efectiva de esta arma por parte de Israel, seguramente conducirá a la “nuclearización” de los conflictos en esta área del mundo, con imprevisibles consecuencias para la humanidad. Por ello, y con razón, la alarma.

Pero esto solo será posible de eludir y de impedir, si prevalece la cordura de la convivencia democrática, sin bajar la guardia, por supuesto, así sea promoviéndola a la fuerza, pero con responsabilidad. Como lo han intentado ya en varias ocasiones los EUA apoyados por los Europeos.

Ello hará posible una nueva fase de desarrollo civilizacional siguiendo el modelo equilibrante –responsable con el más débil- de la Unión Europea, como previsto aquí: adoptando la forma de un esquema “asociado”, que podría servir de base, de marco conceptual, para una cuarta ola de globalización, de tipo socio-liberal, científica y occidental, como la promovida por el Brasil, pero por primera vez conscientemente dirigida y costeada por todos los principales actores actuales: EUA, la UE, China, Rusia, Ucrania, el Japón, Australia, Canadá, Brasil, México, la India, Indonesia y Sudáfrica, etc., controlándola a través del sistema de Naciones Unidas.

Hoy la civilización “científica” global de nuestra humanidad de principios de este tercer milenio Cristiano, de este nuevo siglo XXI del “ciberespacio” y la conquista de las estrellas (no de la “guerra de las galaxias”, problema de tiempos idos… como acabamos de ver), se aproxima a una nueva forma de integración supra-estatal, prefigurada por experiencias como la Helvética de hace ya más de ochocientos años, o la de la Unión Americana, de hace doscientos, o por la actual experiencia Europea, todas enormemente exitosas.

Esta evolución empezó con las revoluciones liberales de la “ilustración”, inspiradas por los grandes pensadores del siglo de las Luces, como Voltaire y Rousseau, hace ya más de doscientos años. Los grandes imperios absolutistas se extinguieron gracias a las revoluciones románticas de los norteamericanos, los franceses y los hispanoamericanos de entonces. Otros lo hicieron gracias a su propia evolución democrática, como los británicos o los lusitanos, algo que prefigura la evolución del actual “imperio” americano.

No olvidemos que nuestro héroe máximo, nuestro padre fundador, Simón Bolívar, liberó y creó en el noroeste Suramericano un superestado –la Gran Colombia- más vasto y poderoso que la Unión Americana de entonces (la de los 13 estados originales de la Unión del siglo XVIII), o que el imperio Napoleónico creado por Bonaparte en la misma época, y que este último, como el tártaro creado por Tamerlán quinientos años antes, y como el de Bolívar, apenas si sobrevivieron a su héroe fundador.

Pero esta liberación aún hoy permanece en la serie de cinco estados-nación que surgieron de él: Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá, cuya influencia alcanzó además de estos estados liberados, a todo el continente, si se tiene en cuenta su influencia decisiva en la creación del Uruguay en la banda oriental del Plata (con Artigas y Garibaldi), y en la del Paraguay de las antiguas misiones Jesuíticas guaraníes, además de su influencia decisiva para la propia creación del Brasil independiente, dada su influencia en las casas reales lusitana, lombarda y toscana, etc..

Amén de la influencia de Francisco de Miranda (el inspirador y “precursor” de todo el proceso) en las liberaciones de Argentina y Chile (por sus “discípulos” masones San Martín y O’Higgins), o en la de México (por Hidalgo y Juárez), así como en la creación posterior de estados independientes como Nicaragua y Cuba (con Martí y Sandino a la cabeza), la República Dominicana y la Florida de MacGregor (que originó la rápida reacción de Monroe y la compra de este estado a España en plena guerra de liberación hispanoamericana), estados que se asociaron, o al menos intentaron hacerlo, a la Gran Colombia recién creada, para desistir o separarse después –como lo hizo Panamá un siglo mas tarde, en condiciones muy distintas- al observar la evolución disolvente del nuevo estado Gran-Colombiano, desgarrado por las apetencias de las clases dominantes regionales de entonces. Algo que logró evitar la Unión Americana en su Guerra de Secesión medio siglo después.

O en la acción de gentes tan alejadas de nosotros como los Decembristas en Rusia, O’Connor en Irlanda, Byron en Grecia, Koçiusko en Polonia, o Garibaldi en Italia, o en las de Lázaro Cárdenas en México, Fidel Castro en Cuba, Salvador Allende en Chile y el propio Hugo Chávez en la Venezuela de nuestro tiempo. Algo que ilustra bien la inmensa repercusión mundial que ha tenido esta historia. ( )

Por lo tanto, Bolívar bien pudo crearse un gran imperio Andino, a la manera de Alejandro, Cesar, Carlomagno, Tamerlán o Napoleón, pero renunció a ello expresa y voluntariamente, no sin invitar a una unión continental de carácter supra-estatal, como él mismo la propuso, una Confederación de los Andes, como él la bautizó en su Constitución Boliviana, y como quedó bien establecido en su invitación al Congreso Anfictiónico de naciones latinoamericanas celebrado en 1826 en Panamá. ( )

Este legado institucional, aún por realizarse, está hoy plenamente vigente a nivel continental (Suramericano), con los esfuerzos de integración jalonados por Brasil y Argentina en el marco del Mercosur, o por los de la CAN (Comunidad Andina), aún de muy pobres resultados. Nada que ver con los diferentes Tratados de Libre Comercio con EUA, del Nafta, Cafta, TLC, etc., acuerdos de ventajas no tan evidentes para los latinoamericanos, que están muy lejos de parecerse siquiera a la integración Europea, o a la asiática alrededor de la China (Asean), o a la Africana en el marco del Congreso Africano –al menos en sus principios-, o la Árabe en el marco de la Liga Árabe. Si la ya clásica mentalidad “imperial” de los norteamericanos hacia nosotros –prevista por el propio Bolívar- no evoluciona y se compromete con las debidas “compensaciones” post-industriales y contribuciones no dadivosas a nuestro desarrollo, cualquier alianza económica con ellos no puede ser sino perjudicial para nosotros.

Y ello es no solo preocupante para nosotros, sino también y sobretodo para ellos. Otros imperios ya han sucumbido debido a la imposibilidad de irradiar su prosperidad, de mantener su coherencia interna, o a su pérdida de vigencia y a su propia disolución espontánea, como sucedió con el imperio Romano, el Otomano o el Astro-Húngaro en diversas épocas, o con el fin del legado imperial Chino de hace apenas medio siglo, o con el caso reciente del imperio soviético, sumergido y disuelto en el marasmo de una inmensa corrupción burocrática paralizante.

Hoy la evolución civilizacional se lleva a cabo por centración de patrones de comportamiento de tipo cada vez más racial y cultural que económico o militar, con el factor comercial como elemento estructural de base. Y ello sucede en las diez zonas del mundo o regiones, con patrones de identidad cultural más dominantes: la América anglosajona, la Unión Europea, la Eurasia ortodoxa (la CEI), Australia y Oceanía, e Iberoamérica (todas Cristianas), el mundo Árabe, Turquía e Irán (musulmanes), el Indostán (hindú/budista/musulmán), China e Indochina (budistas /musulmanes), el África sub-sahariana (cristiana /musulmán), y el Japón (budista).

Esta regionalización, después de la disolución bipolar vertical Ruso-Americana, tiende a polarizarse horizontalmente: norte-sur, ricos y pobres, demócratas occidentales (cristianos) y no occidentales (los demás), etc., y a estructurarse en forma piramidal: primero, segundo, tercer y cuarto mundos; industrializados, emergentes, sub- desarrollados, e intervenidos o parias, etc..

Y ello se está haciendo cada vez más alrededor de las dos naciones-estado más dinámicas: EUA y China, con algunos árabes como factor disociador, y los europeos unidos actuando como moderador. Los demás alineándose según las circunstancias y oportunidades.

Así el mundo, con una población que apenas hace un siglo alcanzó el billón de habitantes, y que hoy acaba de rebasar los seis, se prepara en los albores de este Tercer Milenio Cristiano, casi sin darse cuenta, (pues la información, la ciencia y la tecnología se están convirtiendo cada vez más en otro factor disociador de dominación y no ya de debida y sana competencia), a iniciar su fase extraplanetaria de civilización estelar, de industriosos exploradores interplanetarios y estelares, de implicaciones inimaginables. Este será el milenio de la conquista de las estrellas. Ojalá también lo sea no ya de la guerra sino de la conquista de las galaxias.

Aproximémonos pues a examinar mas en detalle el listado de esta exploración civilizacional milenaria, desde sus albores ancestrales, hasta los próximos descubrimientos, aventuras y empresas hoy previsibles para nuestra humanidad, incluyendo los nombres de los hombres y acciones característicos que más han influenciado nuestro devenir como humanidad, para después si tratar de repasar y “repensar” ese futuro previsible.

Alerta pues, y que disfrute del recorrido.

Por Mario G. Acosta
Bogotá, Agosto 20 de 2004.